30 de diciembre de 2015

Revista ACTUS, o arquitectura desde y para las fronteras

Por Israel Romero Alamo


Es un esfuerzo loable empezar una revista. Por donde se le mire. Los primeros números suelen ser los más sinceros porque expresan la dirección en la que uno va (o quiere ir), independientemente de que eso se consiga o no.

La escuela de arquitectura de la Universidad Peruana Unión (UPeU), ubicada en Ñaña (Lurigancho-Chosica, Lima) es relativamente joven y acaba de lanzar la revista ACTUS (Arquitectura, Cultura, Tecnología, Urbanismo y Servicio). Con 7 años, la EA-UPeU tiene características particulares. Una de ellas es la diversidad de sus estudiantes (el 80% son del interior del país, y de más de 20 departamentos, de los cuales aproximadamente el 30% estudian gracias a Beca 18), lo que permite un grupo humano que hace de sus matices de origen, intereses y culturas su principal punto común.

Bajo estas particularidades, la revista ACTUS expone desde y para la arquitectura –casi por naturalidad y como expresión de la propia escuela– una línea editorial basada en la diversidad como parte constituyente, y no como un asunto preconcebido en el que se ‘sabe’ o asume que el Perú es ‘diverso’.

Al momento de observar la ciudad, Lima –que es básicamente nueva para ese 80% de estudiantes–, se hace con amplitud y con la lejanía al que el hostil sistema urbano, geográfico, social y económico de la capital obliga casi con naturaleza a cualquier cosa que se encuentra en sus extremos. Situaciones que –más bien que mal– sólo la periferia permite.

El primer número de la revista se titula Sentido Común. Consta de 180 páginas y está dividido en 4 partes: Arquitectura, Cultura, Tecnología y Urbanismo, intercalando trabajos académicos así como textos introductorios (o de investigación) de algunos docentes. La columna vertebral conceptual es el servicio. Y en este aspecto está la clave que ostenta la escuela para observar la arquitectura de forma diferente.

La rigurosidad del trabajo en la elaboración de la revista está a la altura de varias revistas de arquitectura de otras facultades, una diagramación al nivel del contenido, que para ser de una escuela nueva, y un primer número, se lanza con un aporte reflexivo y comunicativo importante y de mayor proyección. Es en definitiva un producto positivo. Quizá pueda mejorarse (como en el caso de muchas revistas universitarias de nuestro medio) con una idea explícitamente consistente al final, en la que se englobe lo expuesto páginas atrás, para que la muestra del producto académico no quede únicamente en una catalogación temática que inevitablemente tambalea en una cuerda floja coqueteando con el hedonismo. Como suele suceder. Siempre. Sin ello, comprobar si la intención principal cumple con sus fines estructurales se convierte en una exigencia mayor para el lector.

No obstante, el mayor potencial de la revista (y por lo tanto de la EA-UPeU) está en esa columna vertebral, la del servicio. Éste es un hecho que no hay que confundir con proyección social, pues, como explica el editor del primer número, Cristian Yarasca, está referido a la calidad profesional y no a un acto caritativo. "El servicio no es caridad". Es importante, pues es común creer que el servicio es ayuda humanitaria precisamente hacia o para los bordes, la otredad; como si algunos fuesen comisionados en Cruzadas que intentan transmitir buenas nuevas a quienes no tienen idea de tales.

Bajo ese concepto es que se plantean la revista, los trabajos universitarios y también la labor a mediano y largo plazo de la escuela. Esto resalta cuando en el editorial se expresa con total convencimiento que la arquitectura no es ningún tipo de esencia “salvadora del mundo”, por el contrario, que es una pieza más dentro de un sistema. Y ello se pone de manifiesto en los trabajos expuestos que, aunque en una búsqueda todavía ‘en construcción’, intentan abordar el servicio bajo esa premisa.

Y aunque esto parezca tema ya conocido, dicha búsqueda nace con una apropiación natural en un contexto como el de la EA-UPeU, en el que la arquitectura de moda o las creencias insufribles en las que la arquitectura es el centro del universo y el arquitecto una suerte de ‘milagro’ o de personaje mítico-poético, no son hechos muy comunes que digamos. Por el contrario, pertenecen a una realidad paralela, por lo que no hay (todavía) una obstrucción o desviación en la que el ‘proyecto final’ sea –por sus propias facultades– el objetivo al que llegar. Evidentemente esto tampoco es ni exclusividad ni novedad, pero sí una característica perteneciente a la arquitectura pensada desde bandos fronterizos.
Esto es positivo. Es uno de los beneficios de no estar sugestionado por el ruedo arquitectónico ‘oficial’. Gracias a esto, la escuela de arquitectura puede aproximarse con soltura a construir identidad, intenciones y búsquedas, evitando caer en la arquitectura entregada a la labor del arquitecto como el que merece una supuesta posición privilegiada: una de las principales patologías de la arquitectura en el Perú que suele transmitirse directa o tangencialmente y de generación en generación en algunas facultades.
Como alternativa, en ACTUS, hay búsquedas experimentales centradas en el desarrollo de una arquitectura social, no ‘para otros’ (como suele practicarse con normalidad por visitantes eventuales y de intereses caritativos), sino para el lugar en el que se está asentado, y su consumidor, que en este caso es el mismo que hace el estudio o la proyección; en definitiva, para ‘uno mismo’ como proyectista y usuario, como generador del estudio de su entorno próximo y como objeto mismo de dicho estudio. En esta labor social, esa típica ‘otredad’ prácticamente es inexistente.
Esfuerzos de este tipo merecen seguir embarcándose en su sendero y evitar ser rigidizados por los estándares centralistas, curiosos e inclusivos de lo oficial. Por el contrario, merecen atención en su dimensión real, como manifestación normal de desarrollos y vicisitudes mayores, y crecer como vienen haciéndolo, mientras otros al parecer se mantienen en su idilio de doble centralismo, en el que Perú es Lima y Lima es también una minucia rancia.
Con estas condiciones, ACTUS es una revista que se plantea el reto desde las aulas de observar la arquitectura de forma alterna, valiéndose de su condición de grupo humano (que demuestra con fidelidad lo que es hoy Lima y el Perú) no perturbado aún por el exhibicionismo de la arquitectura, del arquitecto estrella y del edificio como objeto con ego sobrenatural. 
Y en este caso, aunque varias publicaciones o instituciones educativas vengan intentando desde bastante tiempo abordar dicho camino (queriendo contar ‘cómo es’ la otredad), no hay como hacerlo desde las fronteras y con cierto aire de naturalidad. Desde el mismo lugar pero también con academia y rigurosidad, y sobre todo, con mayor libertad. Como siempre resulta mejor.






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